Me duele estar tan lejos del útero de mi memoria amarilla…

Sus ojos eran dos lágrimas equilibrándose en una campana.
Lugar donde el mar copula la premonición de las aves.
En su alma había centellas y parábolas, incendios y vertebras,
esquinas y mesas, y el metraje vegetal de una caricia.

Al sur de sus cicatrices, donde murieron arpegios, ayeres y mapas,
cría una nueva catequesis, si decide perdonar,
la fruta de una luciérnaga ciega de silencios.

Fotografía: Natalia Drepina