En un recoveco sepia, la encontré… Sintiendo distancias.

Poetisa, persistes en que el silencio sea un ave y que se alimente de tu boca.

Enciendes tu cuerpo en un relicario azul. En la horizontal esquina de tu vientre de acequia. Me destilas en ella, tu opio… Haces vigilia en una acacia torcida, en esa casa de hinojos me abrevias. En ese cuerpo vertical, allí eres… y allí, eres mía.

La vi llorar por dentro,

sus versos salieron ciegos,

empapados de nostalgia pura.

Sé que ella pernocta raíces y largas estrofas. Epifanías caídas que saben a su alma de labriega. El poema tendrá para sí, la herida, el opio, y la letra amarilla… El testimonio que aún ella sueña ser ave, cuando todo se hunda.

Ella, me poetiza la edad del tiempo en las venas de un instante, y en esa distancia entre la sombra de una lágrima y un silencio de luz, soy poeta…

Todo tiende a temblar en el dialecto de su callada forma de luciérnaga.
<Ella es agua que se descose en una palabra lejana>
Todo de mí cae a su pecho herido, como si fuese una nueva cicatriz…
Nos duele acariciarnos con amor.

Se me perdió una campana cuando traía en mi pecho agua y sed, y ella me besó hasta encontrarme.