Te pareces a una estrella desnuda
en el paladar de un abismo.
Ese tiempo total,
tiranizando el corazón;
su sentido acústico,
hacia la mudanza de las aves a lo pretérito.

Me sobrecoge el tallo de tu sed,
cuando sitias la temperatura de tus amapolas,
al desvestirlas en mis labios.
Al desprenderlas de la espalda de un murmullo.

Tus senos son cimas donde giro el origen salvaje de mis péndulos.
Fuego con sentido al plano de un penumbra bisiesta.
Tu larga cabellera se incrusta en las esquinas de mi tacto,
y se vacía un pájaro desencadenado, un riel, y el tablero torcido de una estrofa.

Eres tan líquida,
tan despierta,
llena de caracteres y luciérnagas en el trigo.
Socorres el mundo de los que no tienen apellido,
en la gravedad de un país sin tildes en la bandera.

Verte desnuda,
tan hermafrodita como un opio gemelo.
Verte sostener el gemido de tu cabalgata en mis labios.
Eres profusa de venias,
papeles en un oropel que quema distancias en las vertebras.
Tan cierta y tan ligera en mis manos.
Tan abierta, profusa, y de vientre manchado
de semen y cantidades, territorios y arena.

Me has besado y hemos jurado,
vaciar todos los sonidos que rechina el alma,
al penetrar el coito
de la imaginación
al ave que nunca muere…

Fotografía, Bill Brandt