Tengo bajo la orientación de mis palpitaciones,
el sonido de terrazas hechas añicos en la razón de un olor
que va muriendo en la vigilia de bosques que van entrando
por mis pies, que van entrando sin andamiajes en mi espalda desvestida,
por el peso arcilloso de esas otras aguas, que extienden frutas de oropel y otras
contradicciones de mi corazón, ladeando la imperfección de un mar cóncavo.

A veces tiemblo la sombra de un animal hermafrodita de sexo puro en mi boca,
y sobrepasa la geografía inmaterial de mis longitudes hasta alcanzar
un ave húmeda, golpeada en su ojo sempiterno de pequeños cuadernos de izquierda,
susurrada por lejanías cuyas píldoras inundan la tierra dormida
de un oscuro alhelí …

Voy repletando las equis de los bingos con las paredes desfundadas
de mis miedos… y alguien va vociferando que las amapolas lloran, porque nadie
les consuela lo que el viento roba de mi corazón cuando ando perdido
en la mejilla de Dios.

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